"Las Edades" de Teresa Cabrera

 


De las edades por las que ha atravesado la humanidad en la mítica “cronología poética” como la de Ovidio (edades de oro, de plata, de bronce y de hierro), ya no quedan sino los residuos de ese modo de entender la vida. En la poesía también ha ocurrido un cambio, pero muchísimo más reciente. Dejó de ser la solemnidad de un misterio, una loa, la invención retórica de una utopía (que devino en fascismo) o, en el peor de los casos, un castillo de ilusión. Empero, si bien la poesía ha perdido su prestigiosa aura; ha ganado otro tipo de brillo al asumir el conocimiento y la crítica como armas ante el nuevo y sutil discurso del sistema de poder.

Sobre los ruinosos túneles de aquellas antiguas edades, de esas viejas arquitecturas, se ha construido otra edad, una nueva y aun indefinida edad, y allí, colateralmente, se instaura el lenguaje de este nuevo libro de Teresa Cabrera (Lima, 1981), Las edades (Álbum del Universo Bakterial, 2021), justamente para poder entender lo que hoy vivimos y, quizás, también, para redimirnos como especie.

En la era de la información (“entre los dedos hice girar la muestra de sangre/ algo interior/ información me dije”), en donde el concepto de lo humano se desintegra con la voraz tecnología (“la máquina incontenible/ me encontró de pie sorbiendo los últimos contenidos/ me arrastró varias cuadras hacia ese razonamiento”), a la poesía no le queda más que persistir ante ese veloz y avasallante discurso que se activa a cada segundo bajo nuevos patrones llamados éxito, imagen y goce. La poesía es un lenguaje contra lo efímero.

Ese discurso del sistema aparenta habitar solo una superficie de sentido, en lo banal; pero no, “con la señal brillante en su cabeza/ abre nuevos túneles siembra eficaces trampas/ también en esos túneles / este es el pacto”, nos dice la poeta. Entonces, el poder seduce con el imperio de este nuevo sistema que se interconecta mediante túneles o redes, donde la superficie pareciera ser un fascinante campo democrático; pero en la cual, en realidad, no hay libertad.

En la poesía persistimos, pues la poesía es esa “llave (que) brilla en el fondo de la piscina” (poema Un cuerpo formado de las sustancias que se sedimentan en el fondo), que resiste el óxido, pues ya no es de metal: “nadie en el país sabe hace cuánto la llave brilla/ nadie habla de eso”. Cierto, habitamos la superficie, pero la poesía nos hace ver (y escuchar) que “las ondas formulan una voz que reclama todo es posible”. El poeta (o la poeta) es capaz no solo de persistir en esta edad líquida, sino de arrojarse y tomar la llave, y demostrar que el discurso de esta inefable edad es solo una nueva ilusión, su brillo es una edad como cualquier otra (una máquina más).

 

Un Cuerpo Formado de las Sustancias que se Sedimentan en el Fondo
 
la llave brilla en el fondo de la piscina
ese brillo instiga pensamientos asociados a la inmersión
un cuerpo en suspenso
las ondas formulan una voz que reclama todo es posible
 
nadie en el país sabe hace cuánto la llave brilla
nadie habla de eso
violetas cabizbajos nos peguntamos
si acaso veneramos la llave
 
¿vendrá alguien que estire su cuerpo sumergido y la tome?
en esa piscina los minerales se lavan
todo es posible las ondas se agitan
 
en los pueblos solo los amantes hablan de la llave
hacen planes a oscuras
sus respiraciones acompasadas les dan valor
luego de la siesta es como si nada de esto hubiera ocurrido
 
si la llave no brillara en el fondo de la piscina
tomaría otra forma en nuestras mentes
 
nadie en el país sabe si quien tomará la llave está ya entre nosotros
o si ese alguien que suponemos o esperamos
será un cuerpo formado de las sustancias que se sedimentan
            en el fondo
 
si no brillase en el fondo de la piscina
la llave tomaría otra forma en nuestras mentes




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