“Desenfreno” de Carlos Rengifo


Una Novela para Janis Joplin
 
 
Antes abordaste a personajes iconos de la cultura como Jorge Luis Borges. ¿Cómo ha sido el trabajo previo para novelizar ahora a la rockera Janis Joplin?
 
En Borges tuve que ir por el lado erudito, mimetizarme con su vasta cultura, entrar en el ambiente de su época y lidiar con la gente que lo rodeaba; con Janis el enfoque fue más musical y rítmico, más divertido en cierta forma por todo lo que representaba, un símbolo de la libertad y la rebeldía. Además, me sirvió para seguir explorando la psicología femenina, que es lo que he venido haciendo a lo largo de toda mi obra. Y por su forma de ser, su postura frente a la vida, el hecho de que perteneciera al Club de los 27, los músicos que murieron a esa edad, Janis Joplin era un buen material para sacarle el jugo.      
 
¿Qué tanta libertad te planteas en la elaboración de personajes reales dentro de la ficción?
 
Toda la libertad posible. Una vez en mis manos, es un personaje más de ficción. Saber hasta los más mínimos detalles de alguien real, da la posibilidad de jugar con eso, metiéndolo en situaciones que no pasó, mezclándolo con personajes ficticios. En mi novela, Janis hasta tiene un affaire con un peruano. Pero todo dentro de lo probable, claro, porque tampoco hay que caricaturizar ni  tergiversar su propia naturaleza.  
 
¿Cómo era Janis como mujer y artista en esa época de los años 60s, época de revoluciones?
 
Una mujer sensible y vulnerable, pese a la fuerza y energía con que cantaba frente al público. Vivió en la época de los hippies y las drogas, y fue su máxima representante. Quiso ser la mejor en lo que hacía y ganarles a todos en cuanto a drogarse, alcoholizarse y tener sexo sin distinción. Tuvo que batallar contra prejuicios e insultos para llegar al sitial en el que estuvo.     
 
¿Crees que esa actitud contestataria o rebelde de ella se da ahora de la misma manera?
 
No, ya no. La rebeldía de Janis era pura, por decirlo de alguna manera, más auténtica porque era primigenia, más sentida, y se daba dentro de un ámbito de cambios que marcaron los siguientes años, que fueron como el principio de una actitud diferente. Ahora hay mucha postura, un calco mal entendido de lo que es contestatario y rebelde.  
 
¿Cuáles son tus temas favoritos de Janis?
 
Move Over, Maybe, May Baby, Trush Me, las más feeling.


Fragmento de Desenfreno:

Al cantar, su voz áspera, sus gestos frenéticos, su honda intensidad, eran nuestros gestos y nuestras voces pugnando por salir y manifestarse, en una volcánica erupción de rabia, grito y desgarramiento, porque la vida entonces era un cúmulo de insatisfacciones y necesidades que nos obligaban a clavarnos una aguja, beber hasta ahogarnos, aspirar el polvo que destapaba nuestra fosas nasales para llegar al tuétano, a la médula del cerebro, donde los colores explotaban como fuegos artificiales del 4 de julio. Janis representaba eso, y mucho más, era el símbolo de una generación rupturista que anhelaba echar al tacho toda la mierda que nos habían inculcado desde la niñez, esa educación impositiva y castradora, ese acartonamiento en reglas específicas y faltas de imaginación, para que solo sirviéramos al establishment como simples máquinas repetidoras de un mismo himno, de aquel canto distinto al de Janis que manipulaban desde el poder, desde las altas esferas donde Richard Nixon era un triste bufón.

Arriba, en el escenario, uno pensaría que Janis era única y no habría nadie más, que no tendría padres ni hermanos, ni otros parientes que se relacionaran con ella, pues era fácil alucinar que el único vientre donde estuvo gestándose era el útero vocal, la única matriz que pudo haberla cobijado y parido era la música. Por eso, me resultaba extraño que hubiera una madre que había anhelado que su hija mayor fuera una sencilla maestra de escuela, cuando en realidad sus auténticas madres eran Ma Rainey, Bessie Smith y Big Mama Thornton, cantantes afroamericanas de blues que escuchaba en la adolescencia y que tuvieron un influjo en su gusto musical e interpretativo. Aun por esos días, mientras convivíamos en Larkspur donde se aparecían los amigos y el productor de la banda que la inquietaba para grabar, aparte de los discos de cantantes y grupos contemporáneos, también oíamos los viejos blues de estas señoras, en un ámbito de consumo alcohólico, chutes y relajación, sabiendo que voces así no iban a surgir nunca más. Janis, sin ser propiamente emuladora de ellas, era una blanca que cantaba como negra, es decir, cantaba temas destinados a los negros, en una fusión de soul, blues, pop, beat que para muchos solo deberían interpretar cantantes de color. Sin embargo, el hecho de que ella lo hiciera le daba un toque particular, al mismo tiempo que se granjeaba un buen ejército de fans que, todavía sorprendidos y desconcertados, no sabían a ciencia cierta por qué la seguían, por qué les gustaba tanto.

Sumergidos en la música que nos transportaba a los ranchos de Alabama, Tennessee y Mississippi, ni siquiera nos preguntábamos por los que morían en Vietnam, en esta guerra absurda en que la peor parte se la llevaban nuestros jóvenes soldados, muchos de los cuales volvían del infierno mutilados, ciegos, sordos, con los nervios de punta (aunque también se sabía de masacres perpetradas por las tropas norteamericanas contra aldeanos civiles), y era porque el placer y la evasión que producían los alcaloides era egoísta, porque la libertad que Janis tanto había deseado, luego de haber estado en un pueblito texano donde a las mujeres solo se les permitía casarse, tener hijos, ir a misa y cerrar la boca, no le dejaba espacio para imaginarse las aldeas y tierras vietnamitas en conflicto. Sin ser demasiado ajenos tampoco a ciertas manifestaciones y protestas en las calles, vivíamos al margen de lo que las bombas de napalm podían ocasionar, inmersos en un radio cerrado de alcohol y psicodelia donde lo importante era soltarse, relajarse, ir hasta lo más profundo de sí mismo y regresar. Algunos se quedaban en el medio y no volvían, como el trompetista Ryan McCovey, que lo encontraron en la tina de su apartamento con la jeringa en la mano y una expresión de jubilosa ausencia que contrastaba con el rigor mortis, y también la bella Madison Phillips, otra amiga íntima de Janis, que una noche se bebió casi todo lo que había en la barra del Threw Up, compitió con unas nudistas en la pista de baile y terminó en la habitación del negro Benny «Monkey» Dee, un conocido distribuidor, quien, a cambio de unos coitos, la estuvo inyectando en las venas del pie, puesto que las de sus brazos estaban muy piqueteadas, y amaneció muerta en el callejón que dividía la vivienda del negro con un viejo motel, hinchada por la droga, y de «Monkey» Dee no se supo nada, por más que la policía husmeó en el barrio, ni se le volvió a ver el rastro por las calles de Larkspur.

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