"Yo También Soy Ella" de Olivia Yerovi

 


Yo también soy ella (Gambirazio Ediciones, 2021) de Olivia Yerovi (Lima, 1976) es el reencuentro con afectos propios como ajenos, esos que la memoria guarda esperando algún día a que salgan a la luz de la manera más translúcida y viva.

Es a través de la palabra (y con collages como los que compone Yerovi) que la literatura, de modo ficcional o testimonial, los plasma para que la autora se mire y se ausculte; y con esa mirada nosotros, los lectores, también volvamos a sentir, a revivir o a reconocernos, más allá de las distancias que nos separan tanto de los otros, los ajenos, como de nuestra mismidad. 

El tiempo nos vuelve un Otro; el que dejamos de ser no será aquel que en el futuro seremos. Suena como una incongruencia, pero es que el pasado es algo que, también, se vuelve a construir. El libro plantea que la escritura es la conciencia más plena de que vivimos únicamente el presente. Por eso, en Yo también soy ella, lo que vemos no solo es el crecimiento de una mujer, el inventario de sus emociones; sino, además, la construcción de una conciencia o una mirada al mundo que empieza desde el nacimiento de ese cuerpo humano hasta la procreación tanto de otro cuerpo como de un espíritu.

De lo que se trata es del desarrollo de una sensibilidad que pugna por imponerse en un mundo antiguo, y que va manifestándose desde el padecimiento del parto, el tímido aprendizaje en la escuela, la cruda niñez, la adaptación a la familia, aquel mundo constituido por libros cargados de deseos, viviendo sus miedos, sus animadversiones, así como las alegrías y los amores, tratando de no desencajar ante el descubrimiento de la sexualidad o el erotismo en aquellos otros libros prohibidos por la moralidad, pero anhelados por el cuerpo, por ese cuerpo que crece incesantemente.

Es una conciencia que va creciendo. Y aquí cabe hacerse esa retórica pregunta: ¿El escritor o la escritora nace o se hace? Digamos, según la lectura del libro, que lo que hace al escritor (o escritora) es el grado de conciencia que lo acerca desprejuiciadamente o indiscriminadamente a los detalles y que lo impele, inmediatamente, a relacionarlos con el vasto mundo, sea para desarticularlo (al mundo) o restituirlo, en un proceso íntimo, muy afín con la soledad.

No es verdad que habitamos el mundo, el vasto, eso es una abstracción o generalización o idealismo. Vivimos nuestro mundo personal; aun cuando se tenga todo el poder o el dominio, vivimos escuchando lo que nos hace sentir la conciencia. Y desde allí, la escritora arma el “rompecabezas” de sus “sentimientos”, en donde incluso se encuentra ella misma, también, con sus asombros y sus redefiniciones.

El libro es de narrativa, pero tiene tres momentos en verso, aquí uno de ellos:


Sueño Recurrente
 
Y este sueño recurrente.
Pequeña,
con mi alineado cerquillo lacio,
con el vestido hecho por la bisabuela.
Sola en el auto,
como casi siempre,
con tu ya vengo
que solo será un ratito.
 
Y estoy en la pendiente.
En la cima.
Solo sería necesario un empujoncito,
o un inesperado movimiento.
¿Era yo la que bajaba el freno de mano?
Y la sensación de velocidad,
de caída al vacío,
hacia atrás,
hacia abajo
hacia donde no veo.
Miedo y fascinación.
Y despierto en la oscuridad.
Vuelvo a cerrar los ojos,
con el deseo de seguir cayendo,
sabiendo que todo es un sueño.

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