"Bordando Quilcas" de Carolina O. Fernández


 

Rumikuna del mar, publicado en el 2021 con el sello Hanan Harawi, fue un breve pero importante adelanto de Bordando quilcas que Carolina O. Fernández entrega ahora con Hipatia Ediciones. Ambos conforman un solo libro, y podría decirse que toda la obra poética (aparte de estos dos últimos, están: Cuando la luna crece, Una vela encendida en el desierto, Un gato negro me hace un guiño, A tientas, No queremos cazar la noche) de la poeta, catedrática e investigadora literaria, aparecida en el ámbito literario en la década del 90, es una sola, que con el tiempo ha ido explorando cada vez más en el lenguaje indigenizado abierto al mundo, rasgo que siempre la ha caracterizado. 

Este sincretismo, mestizaje o interculturalidad posmoderna, que en pintura vemos en Humareda o Polanco, en la música rock-fusión de El Polen, Del Pueblo o Los Mojarras, y en poesía más reciente con Domingo de Ramos, Roxana Crisólogo o Teresa Cabrera, o más recientito en Gloria Alvitres y Lourdes Aparición, entre muchas y muchos más, llega en el proceso estético de Carolina O. Fernández a un grado alto de madurez con Bordando quilcas.  

El título del libro asocia el arte de bordar, que es una actividad que tradicionalmente se relaciona con lo femenino, con las quilcas, quilcas rumi, que son las pinturas, los pictogramas, las artes gráficas hechas sobre rocas por los antiguos peruanos.

Continuando lo iniciado en Rumikuna del mar aquí vemos la construcción de una poética con simbolismos superpuestos que parte de las historias y los personajes del libro Dioses y hombres de Huarochirí, la traducción de José María Arguedas. “Cahuillaca y su wawa”, Cuniraya, Chaupiñamca, Chuquisuso, el migrar constante de la periferia al centro y viceversa, la transculturación, la transversalidad histórica, son hilvanados y bordados ahora en estas “quilcas de viento” como dice la poeta, con estas fulgurantes voces insurrectas convertidas en escrituras.

“De colores de la quinua/ están hechas las profundidades de mis sirk´akuna/ que se mezclan con la savia del idioma lácteo”; es decir, de esa interculturalidad está hecha la respiración-dicción (-hálito-alma) de la poeta, tanto del hablar como de los sentimientos, tanto del discurso nativo como del globalizado.

Entonces, desde ese lugar de escritura-no-escritura, inicia su recorrido, su narración, su crónica y sus cantos, esa voz femenina que, como dice, va “ofrendando/ voy/ con mis hermanas”. Y allí encontramos a Zoilamérica, Tristitia y Veridiana junto a “la andina y dulce Rita”. El diálogo fluye con la Modernidad y con Occidente, y puede ser conflictivo como armonioso; pues “El sabor del ciprés almendra mis raíces”, nos dice la voz poética convirtiendo en verbo el fruto del árbol de Almendro. Y es desde esa visión integradora que dice “Si todxs abrazáramos a los árboles”, pues es ahí también que empieza la indigenización al ver disfrutar a “Clarise viajar por las avenidas”, refiriéndose a la escritora ucraniana-brasileña de origen judío Clarise Lispector (“de difícil clasificación, ella definía a su escritura como un ‘no-estilo’”). Y Cahuillaca afirma “Yo no soy Mme. Bovary / me llamo Estrella Chaupiñamca Cahuillaca” y cuando se llama a sí misma “Beatriz Cahuillaca”. Y al decir que Chuquisuso “coleccionaba hojas de hierba/ y cancioneros / en el playlist de la memoria”; y, además, cuando ve allí, en su travesía,  a “Hölderlin [que] saluda con un suave ademán de su brazo en alto” y también encontrándose con José María Eguren en una calle de Barranco.

Su migrar testimonia la tragedia, es “un país que muchas veces marcha a la deriva/ si no fuera por ellas”. Pues, ellas luchan, se empoderan, luchan. “Tanto amor y temo no poder hacer nada contra la muerte”, dice la poeta antes de recobrar la utopía: “He vuelto a enroscarme en tu cuerpo/ liberarnos y abrazarnos golpeados ante la muerte de Floyd”; solidarizándose ante la injustica del cruel asesinato en Norteamérica de George Floyd, que murió por asfixia a manos de la policía.

“Conocí a Alexandra Porras Inga de 18 años/ y a Gabriel Campos Zapata también de 18 como yo/  No verlos me golpea/ el aire    la orfandad/ la descarga eléctrica”. Se refiere a los jóvenes peruanos que murieron electrocutados mientras trabajaban precariamente en un Mc Donalds del distrito de Pueblo Libre. Hay una orfandad que busca su lenguaje, su centro. “Ella se buscaba a sí misma/ como yo me busco en el canto de las rocas”, dice, finalmente, para luego relacionar a Mamá Angélica, campesina y defensora de los derechos humanos, con la propia madre. Ellas se hermanan, la “maestra de la vida” y la “maestra cesante”, como volviendo otra vez al origen.

Las quilcas están bordadas en este nuevo manto-libro hecho de roca como el mundo. 


Aquí un poema.
 
 
En la Profundidad de las Rocas
 
Sobrevivo en la profundidad de las rocas
en la ciudad de la hecatombe
Ya no recuerdo mi infancia
cocinaba poemas que ardían
en las ollas de barro del fogón
 
A medianoche
las estrellas encandilaban el camino serpenteado de eucaliptos
Me tomabas en brazos
y bajo el alumbrar de los glaciares incendiábamos la bruma
 
La iglesia era una enorme corona de oro en llamas
y volamos junto con las palomas y sus doce campanadas
 
Yo era una aprendiz de poeta
aprendiz de paloma
El candelabro encendió mis huesos
hasta encenizar mis plumas
y así aprendí el fundamento
de la página en blanco
 
Hambre voraz
decía mi madre en su propia lengua

Para leer la reseña a Rumikuna del mar que complementa a esta reseña, abrir:

http://letras.mysite.com/mild050921.html

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