Dos Poemas Inéditos de Leda Quintana Rondón
Leda Quintana Rondón (Lima, Huasta, Yauyos). Educadora,
poeta y mediadora de lectura. Es colaboradora del equipo latinoamericano “La
primera vértebra”. Tiene amplia experiencia en proyectos de lectura y de
escritura en el ámbito escolar. Es coautora de varios materiales educativos.
Publicó, junto a un equipo pedagógico, el libro Escribir como lectores. Una
comunidad que lee, conversa y escribe (Fundación SM-Colección Somos maestr@s,
Comunidades letradas). Como poeta, ha participado en festivales de poesía como
Chepén- Chepén (2016), Caravana de la Poesía (2017 -2019). Ha coordinado una
muestra de poesía escrita por poetas peruanas de las últimas generaciones para
la revista peruana de literatura y cultura Ínsula Barataria. Fue antologada el
2020 en La palabra como arma. Repensando el 8M de Lumpérica cartonera. Sus
poemas han sido difundidos en algunas revistas impresas, blogs, mediatecas de
poesía (La comparecencia infinita, Ojo Zurdo, Lenguaje Perú, entre otros). Su
primer poemario La casa umbría se publicará este año 2021 en edición peruana y
chilena.
Aquí una muestra de La casa umbría. Dos poemas que hablan de un poeta compañero generacional, Rodolfo Pacheco, a quien conocíamos como “Rudy” y perteneció al grupo poético “Cultivo” en los años 90. Rudy partió joven y con una obra que se proyectaba para largo y con brillo. Leda, en estos dos esplendidos poemas, toca la esencia y la altura de la figura del poeta y su época.
¿Qué sabes tú
que solo eres luz,
de la muerte que sigue
luego de devorar a los hijos recién nacidos
de vomitar a los pocos vástagos salvados
como versos y bilis de las horas muertas?
Tú me reclamabas, hermano,
por las horas que le quitaba a la poesía
revisabas mi mochila llena de libros
y trabajos de mis estudiantes
movías tristemente la cabeza
y me expulsabas de tu reino.
Hermano, tú eras Saturno, pero no vivías en el Olimpo,
la morada en la que morías cada noche conmigo
y con los demás dioses caídos
era un colchón de pasto y de rocío
un parque lleno de malezas y chapitas de cervezas
que nunca fueron azules
y que crecían como flores silvestres cada madrugada.
Allí todos los que nos reuníamos éramos ciegos
y caminábamos abrazados al abismo.
Afuera de nuestro parque
―incluso en la alborada―
reinaba una oscuridad
llena de explosiones.
Tus hermanos, los titanes,
eran hermosos y violentos
se besaban entre ellos
hacían el amor en templos hindúes
y tocaban los cuerpos de sus amantes de turno
como la música de una sonaja de degollados.
El Perú estaba en escombros,
nuestro lenguaje era una ciudad fantasma,
como decía Miguel,
una casa umbría, diría Martín Adán,
una casa que no podía decir nada
y tampoco escuchaba su propia voz.
Mi hermano Saturno volaba
al corazón enfermo de la ciudad
se incendiaba como Ícaro
agonizaba y resplandecía
en sus miles de versos.
Sus alas carbonizadas
eran fuertes, pero un día se enfermaron
y a los pocos meses amanecieron muertas.
Las poetas sobrevivientes y yo
nos peleamos con el tiempo, con ese tiempo,
más tarde en nuestros vientres se cultivó la Lluvia
y un dióscuro que siempre dibuja y canta.
escribimos dentro de cajas de fósforos
abrazamos los latidos muertos de Saturno
y enterramos sus cenizas
en nuestras gargantas
que fraguan nuestra propia luz.