"Interior VI. Técnica Mixta" de Ximena Lopez Bustamante



Las mejores propuestas en la nueva poesía peruana, desde hace algunos años, es la escrita por mujeres. No solo por la calidad de su escritura referida a la acertada asimilación de la tradición, sino, también, por la renovación en cuanto a las temáticas, y porque a partir de allí, desde esa nueva visión del mundo, fusiona experimentalmente esos contenidos con la forma del poema, haciendo una unidad indivisible. El poema encarna un reclamo y una propuesta que expresan esta época de cambios sociales y culturales, creando un lenguaje otro y alternativo, y acusando una realidad cambiante entre un mundo caduco que se desmorona y la esperanza de una nueva primavera, “rosa en primavera”, como dice Ximena López en este su primer libro.

Interior IV. Técnica mixta, entonces, es parte de esta primavera de la poesía escrita por mujeres que está renovando nuestra tradición. Libro que desde el formato se abre hacia una nueva mirada, en esa búsqueda del ser poético total, sea de carne o de papel, en una suerte de juegos de espejos que se suceden como viajes tanto hacia ese mundo resquebrajado que nos cuestiona al mirarnos reflejados, como también al interior del alma, del propio sujeto poético, y del lector o la lectora.

Son cuatro estancias que empieza con la titulada “Fragmentos de un país al viento”. El cuerpo es un país que reconstruye su lenguaje a través de la memoria tanto personal como colectiva, tanto desde el hábitat de la ciudad como en la naturaleza. Es un constante mirar al interior de la poeta, de la mujer que contiene la herencia de todas las mujeres, un viaje a la semilla, al origen, cito: “somos todos gigantes que alguna vez fueron semilla maestros de vida y su cíclica muerte un irivenir los pasos de mujer no son como los de la niña seguiré en silencio tratando de oír lo que la brisa dice susurros de un eco relente del vientre tuyo madre que me vio semilla”. El cuerpo se interioriza hasta volverse “ave con escamas”; es decir, origen y canto libre. Es un ir y venir, un volver constante, pues el viaje de las palabras es por el imaginario de un mundo donde los sentimientos compartidos se quedaron fluctuando entre los tiempos y los espacios. El filósofo Gastón Bachelard en La poética del espacio decía que “Las grandes imágenes tienen a la vez una historia y una prehistoria. Son siempre a un tiempo recuerdo y leyenda”.

Estamos, por eso, en la vuelta al origen del lenguaje de la poeta que instaura un mundo con los restos del esplendor y con la visión agonista de un país que son fragmentos. Y desde allí, a partir de esa consciencia, vuelve la niña y resurge la promesa el paraíso perdido, cuya huida es la forma más auténtica de reencontrarse. El paraíso nacerá de ese amor pegado a la naturaleza.

La segunda sección titulada “Panteras violetas del espejo” empieza cuando el “ruido interior toma la palabra”, el ruido es la falla de conexión entre la imagen y el ser. Aquí el símbolo del mar funciona como un espejo cuyo reflejo devela su interior y lo vuelca hacia ese paisaje al final de la urbe, allí “entre muerte y vitalidad : zambullidos de esperanza y frustración”. La voz se desdobla ahora como “tú y yo animales gigantes” que hacen ruido en la ausencia de la casa, de la silla vacía, del espacio frío al otro lado de la cama.

La visión del mar se retira al interior de la casa, hasta volver al vientre maternal. Cito: “cuando rompes el cielo: no caes : sigues flotando : / el romper de la nebulosa : cabalga la voz del querer“; la casa se reconstruye mediante el ejercicio de la memoria al ”ser brizna de espacio verde del jardín trasero (…) allí estaré inmutable : transmutable (…) vigilando el tugurio de devenires”, nos dice no la poeta sino la propia poesía. Y es que, volviendo a Bachelard: “A veces, la casa del provenir es más sólida, más clara, más vasta que todas las casas del pasado.” Es una casa que va hacia ese provenir que anunciara el canto de la poeta. Porque llegado al silencio del “querer”, de ese “querer” (también vallejiano) “no hay respuestas para la muerte : nada más que decirle a la vida”. La respuesta, entonces, está en el “querer”, en esa apuesta, la cual es tema de la siguiente estancia.

 Cartadentros es el periplo del escribir que empieza con un canto, la voz de ser una y otras en un mundo que se transforma, que nos obliga a mutar, que anhela un nuevo espíritu. Cito: “sin mucho rodeo me declaro - a viva voz – una ludópata de nuestro juego de escritura. Acérrima del oficio que es reconocerse.” Desde el interior se ve reflejada, pero es un reflejo desafiante, pues es cuestionador. Allí se reconoce en otras: “pedazo por pedazo, hueso por hueso. Pelo por pelo.” Es en ese metamorfosear que deviene de “llama doble, acaso unidad”; es decir, el construir un solo continente, “un solo continente lleno de flores. Una sola nación de polen y colores” nos dice la poeta anunciando esa primavera antes mencionada.

“Volveremos a nacer y seguiremos siendo nosotras”, anuncia en la carta a la niña, en la intimidad otra vez que se mira y dice: “yo soy tu reflejo transparente”, y se dice: “he cuidado nuestro interior”.

Al final del libro hay una “Postdata” que es una suerte de arte poética explicada en la experiencia de este interiorizar y volcarse al mundo. Cito: “Encontrar o que te encuentren las palabras sucediendo. Hay algunas filudas, insuficientes, eternas. ¡Inmolemos todas en la acción!” Son filudas palabras del dolor, palabras que también denuncian su insuficiencia y palabras como la utopía en la plenitud del ser que hacen este bello libro de Ximena López Bustamente, para finalmente ser la acción del “querer”.

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