"Las Formas Sutiles de los Cuerpos" de Daysi Novoa Vásquez

 


Las formas sutiles de los cuerpos

 

Bajo este sugestivo título la poeta Daysi Novoa Vásquez configura un libro de poemas que abordan o auscultan, a través de la imagen del cuerpo, los distintos cortes o planos de esa compleja realidad en que se desarrollan las experiencias más trascendentales de lo humano.  

La poetización del cuerpo proviene desde las reflexiones de filósofos tan antiguos como Aristóteles, para quien el cuerpo es substancia que posee una extensión y un espacio propio. Platónicos y pitagóricos, luego, consideraban al cuerpo humano como sepulcro del alma. Pero alguien con quien podría ser afín lo que sugiere el título del libro de Novoa es Baruch de Espinoza para quien, en su concepción de la realidad como sustancia divina del infinito, el individuo se compone de cuerpos, y las partes de un cuerpo se ponen en contacto unas con otras.

Las formas de los cuerpos se ponen en contacto, unas con otras, así como las palabras dan forma a los poemas comunicando lo incomunicable, significando sutilmente o metafóricamente esas distintas experiencias que diferencian lo humano de otros cuerpos: el reconocimiento de la propia imagen, el amor, la memoria, la herida y la esperanza.

En Escribir, Marguerite Duras dice que “uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo.” La reflexión de la escritora francesa es esa biosemiótica de Gabriel Weisz al concebir el cuerpo como texto, y al texto como cuerpo, cuya sustancia textual proviene de la interpretación entre el universo del texto y el cuerpo del lector. El poeta y crítico mexicano dice: “El texto es factible de corporizarse, haciendo posible un espacio ritual mediante la lectura del mismo”.

En esta poética de los cuerpos, la corporeización del poema nace como herida. Y la lectura del poema se ritualiza mediante el acceso a esa herida como umbral del cuerpo, hacia el interior de la poeta, en esa escritura fijada entre la conciencia del dolor y del goce. “Sustancia intocable” decía Octavio Paz, que concebía a la poesía como un fenómeno del cuerpo, como un acontecimiento del cuerpo que vibra, siente las pulsiones y se emociona.

Por eso, entrando más al libro Las formas sutiles de los cuerpos, vemos primeramente que las imágenes de esos cuerpos se desmiembran sutilmente en un lenguaje que busca recuperar su identidad: “he visto cómo mi cuerpo/ de mí se desnuda”, nos dice la poeta en ese proceso descarnado de auto identificación: “Soy y me sienten así/ entre los labios,/ entre párpados que comen carne”. O como señalan o sienten estos versos que acusan el desdoblamiento y la otredad: “Soy quien se tiene, se venera y se teme/ y al mismo tiempo/ no se tiene, no se teme, ni se venera.”

En este primer reconocimiento es que el cuerpo también es máscara, aquel caparazón que luego es desnudado o desmembrado sutilmente o dulcemente por el amor, cito: “Petrificada caigo en tus manos/ ¿y qué sabes hacer de mí desnuda?/ Ingenua ignoro tus rincones/ e idealizo la máscara que habitas”. El amor desenmascara y de igual manera restituye, vuelve a unir esos dos cuerpos que, como en el mito de Aristófanes en el Banquete, fueron alguna vez uno solo, cito: “me pregunto cuál de nosotros soy yo,/ entre los dos nos hemos vertido”. Esa realidad dual, separada entre el mundo sensible y el mundo inteligible, que postula Platón en la “teoría de las formas”, se visualiza en estos otros versos: “Así como me ves tú, me veo yo/ pero me siento diferente/ me percibo tras la piel/ tras el placer y el amor”.

Somos entonces ese territorio a explorar, aquello que nos habita y, como promesa, en dónde anhelamos quedarnos a habitar, cito: “A veces, cuando estamos juntos, siento que nuestros cuerpos son un templo/ donde nuestro amor habita”. O cuando dice: “se extiende mi cuerpo/ sobre él crecen flores/ dentro de él/ van y vienen las estaciones”, pues es aquí donde se revelan esas formas sensibles que armonizan la naturaleza del cuerpo con la naturaleza de lo sagrado en medio del sutil juego del amor, porque como dicen estos versos, el amor son: “Todas las cosas que uno puede hacer/ con el cuerpo de uno/ con la materia del otro,/ yo que habité tu espacio/ y tú que bebiste de cada esquina/de mi cuerpo y sus sombras”. Ese espacio del poema donde ya no habita el cuerpo sino su escritura, es aquello que queda como evocación que aun siente sus formas: “Nacemos en presencia de otros/ y en su ausencia asimismo morimos”, nos dice el poema devenido en cuerpo textual.

La memoria del amor restituye lo que fue el acontecimiento del eros, porque, y cito: “olvidar el perfume del naufragio/ es imposible”. Y porque también “la memoria es frágil/ tan frágil como poderosa/ que termina construyendo/ lo que quiere creer”. Es este querer creer lo que desborda o excede lo corporal para trascender las formas, tal como reclaman estos versos: “Soy más que un desafío de moléculas”, “Lucho por trascender este templo de epitelio/ y las húmedas cavernas con sus ecos”.

Llegamos, en tanto, a las heridas que nos desbordan por la resistencia del cuerpo y por sus formas de solidarizarse, cito: “El vientre que traigo/ en escombros se ha reabsorbido./ Hoy por hoy se rehúsa a más ultrajes,/ la guerra de tinieblas se acaba”. Hay una postura crítica que nace por la conciencia de la vida, cuando dice: “Esta vida es la herida,/ tú lo sabes”. O por la conciencia de la muerte al decir: “Estoy ensayando la muerte/ y cuando sueño interrumpo la herida”.

La interpelación a un interlocutor se vuelve plural y la voz poética se integra a ese cuestionamiento en los momentos menos sutiles, cito: “En algún momento cuando fuimos jóvenes/ nos creímos diosas y dioses, protagonistas /de todo lo que nuestros ojos observaran,/ fuera de nuestra energía no existía nada./ El tiempo no podía contra nosotros,/ nuestros cuerpos eran feroces máquinas”. Y es que las formas originales de las primeras civilizaciones, las huellas de los albores de la biología humana están en las cicatrices de los cuerpos que se escapan del orden racional, cito: “Animales en mi mente se desatan,/ brincan, corren, galopan, se arrastran,/ fieras que nadie reconoce/ de un rictus incoherente y salvaje”.

Pero, en la otra dualidad, también está el pensamiento. Pensar y poetizar construyen estas formas nuevas de reconocerse, cito: “Uno mismo tiene que descubrir el fuego,/ lo extraño y remoto, el milagro del tiempo,/ uno mismo acariciar poco a poco su cuerpo,/ amar sus heridas y celebrar sus misterios”. O cuando dice: “Nada es reconocible ahora,/ ni las campanadas, ni las horas./ ¿Cuáles son las formas de mi cuerpo?” Entonces hay una nueva mirada, o la búsqueda de una nueva definición o redefinición de lo que somos, una refundación de los cuerpos.

Nos reconocemos, hoy en día, en esa esperanza colectiva de los cuerpos que esperan salir a la luz, cito: “Deja que las sombras sean pájaros/ volando libres entre esmeraldas,/ deja que el silencio/ nos reconozca/ una y otra vez”. Esas forma sutiles de los cuerpos tendrán nombres, y así los cuerpos serán reconocibles porque, finalmente, como dice la poeta: “Lo innombrable llevará nombre,/ por tu ojo arrancaré todos los colores,/ tus párpados serán trampolines/ donde jugarán los niños,/ y los ciegos presenciarán/ carreras de palomas./ Lo oscuro será iluminado,/ lo salvaje será domado,/ y cada promesa/ tendrá peso”.




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