"Notas para un Poema Encontrado" de Christian Briceño

 


En la música clásica, compositores como Mozart o Beethoven no solo fueron grandiosos para la creación de geniales obras sino, también, en la ejecución de sus  instrumentos. En el caso específico de los dos la precocidad fue algo ya sobrehumano. Parece que la creación en los músicos depende de qué tan diestro se es en la ejecución de sus instrumentos, sea clavicordio, piano, violín, etc. Chopin fue un virtuoso pianista, necesitaría sentir la audacia de los sonidos no solo con el oído sino desde los dedos, con todo el cuerpo.

Como se sabe, para estos genios la vida no fue tan fácil; pero eso no significó el ignorar o pasar por alto la disciplina: investigaban la música anterior, practicaban el ejercicio iniciático de copiar a los maestros para luego superarlos, etc.

El arte de la poesía, así como la música, es una pasión y, también, una disciplina. El poeta se preocupa por conocer y ejecutar cada vez mejor su instrumento: el lenguaje. Y enriquece sus capacidades creadoras con el estudio de la tradición literaria. Pero hay algo más; la creación de una obra importante exige algo más. Porque es cierto que el buen conocimiento de su instrumento, el saber sus reglas, o ser un erudito, sin eso que se llama talento o genio, no garantizan el ser un buen creador. Por ejemplo, ser lingüista no te asegura poder escribir algo como Trilce.

La pasión nace con el artista, y bien conducida hace al “genio”. Es decir, la pasión sin esa disciplina del aprendizaje constante, de la investigación y de la práctica, va a tener un límite. El oficio de poeta, por eso, es un camino (a veces muy largo) de descubrimientos, de hitos personales, de revelaciones y, siempre, de estudio. Pueden suceder caídas o pérdidas; pero, entre las cosas buenas, hay algo gratificante que llega en un momento, en un punto de ese camino, que es cuando la experiencia habla, añade una voz distinta e ilumina.

Esta larga introducción para una breve reseña, sirve para acercarnos a los temas que se abordan en Notas para un poema encontrado (Paracaídas Soluciones Editoriales, 2023) de Christian Briceño. Un libro híbrido de poesía en prosa y ensayo, que reflexiona, con mucho conocimiento, imaginación y sentimiento, entre muchas cosas, sobre lo que es el poeta, lo que el talento impone, la complejidad del lenguaje, el misterio de la poesía y aquel artefacto que es el poema; y, además, sobre ese camino recorrido del oficio y acerca de la conciencia que nace del reencuentro con un poema que el poeta escribió hace muchos años.

Un poema escrito 16 años atrás vuelve a su autor incitándolo a sumergirse a un río de pensamientos que no se exime de la nostalgia. Ese río es el Nilo en donde se desarrolla el poema encontrado, que es una suerte de diálogo de amor con meditaciones y descripciones narrativas de un imaginario oriental. Al inicio vemos al poeta en la orilla que nos dice: “Esta orilla del Nilo es también otra orilla que despierta o duerme, pues detrás de cada palabra hay una orilla que sin ti duerme o despierta.”

El libro se compone de 41 estancias, cada una compuesta de dos textos; en la parte superior va secuencialmente un fragmento del poema encontrado; y abajo la nota o texto en prosa poética-y-ensayo. “No puedo demostrarte, querido lector, mi intención al momento de escribir el poema”, nos dice en una de las primeras notas cuando reflexiona sobre la intención de todo poeta al escribir un poema.

Las notas tocan temas específicos como el de la corrección de un poema, en la que puede primar la razón o el sentimiento. Y hay preguntas como: ¿Para quién se escribe? Y posibles respuestas: Quizás para nadie, dice, en una explicación que al final relativiza lo que es el poeta o su biografía. Y otras: ¿El poeta construye el poema con su ser o es un arte del lenguaje? ¿Qué diferencia hay en usar la primera o tercera persona en un poema? ¿Quién es más importante, el creador, el que descubre el poema, quien se niega a escribirlo, quien descarta el poema una vez escrito, o quien interrumpe la escritura?

Acerca de esta última cuestión, nos cuenta: “Hay una curiosa anécdota en la que Vallejo se encontraba escribiendo un poema que iba estirándose más allá de lo esperado; de improviso, su gato le pone una pata sobre la mano con que empuñaba la pluma: por este gesto, Vallejo se vio obligado a atribuirle (nominalmente, claro está) la autoría de ese poema a su gato.”

También, en un discurso lúdico y crítico, las notas abordan temas como la capacidad de mantener la calidad en un poema largo. Y señala la extensión en los poemas magistrales de Coleridge, Wordsworth, William Carlos Williams y Juan Ojeda.

Son notas, entonces, que han nacido de ese reencuentro con un viejo poema; reencuentro que ha abierto las puertas del interior de las pirámides, auscultando el misterio de la Esfinge; es decir, indagando en los secretos del poema, en el arte y en el oficio de la poesía.

“El poema es el pecado original del poeta”, nos dice en un momento, y es que aquel viejo poema hallado fue expulsado alguna vez, del propio autor, no por el autor. Y lo que el libro ahora hace es no acercar el poema al autor; sino al revés, lo que hace el libro es devolver al poeta al poema, a aquel lugar de una naturaleza perdida, simbolizado por las aguas del Nilo. Un regreso por las vías del amor y del conocimiento. Es ese viaje de retorno, cuando se mira atrás y se sabe que el camino está en uno. Por eso dice el autor, que el libro no es un escrito al poema en sí (poema inspirado, en parte, por uno de Ives Bonnefoy), sino al “significado de su retorno”.

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