José Pancorvo


 

El Poeta José Pancorvo

 

El Amigo

Fue en 1991, en el Instituto Raúl Porras Barrenechea de Miraflores, donde mis compañeros del entonces grupo poético Neón y yo hicimos amistad con José Pancorvo (Lima, 1952- 2016). Ya lo habíamos visto en un evento anterior; pero fue esa noche - era un acto cultural que conmemoraba el bicentenario de la muerte de Arthur Rimbaud -, luego de nuestra lectura de poemas, que José, que había venido como público, se quedó con nosotros a celebrar la poesía, la vida, la amistad y a Rimbaud. 

Nosotros estábamos muy alegres esa noche, tengo la imagen saliendo del Instituto en un grupo grande hacia la avenida Arequipa decidiendo a cuál bar ir, buscando una tienda abierta para comprar cerveza para el camino. No era fácil caminar en Lima en esos años de violencia, de apagones, de atentados terroristas, de Sendero Luminoso y el MRTA. No era fácil recitar en las calles como lo hacíamos en cofradía. 

José se hizo uno más entre nosotros, me refiero por su sencillez y su ímpetu de vivir la poesía con la intensidad que vivíamos nosotros los jovencitos de entonces. Pero a José lo diferenciaba algo que no era la edad que nos llevaba, tampoco su estatura física que largamente sobrepasaba al más alto del grupo, Carlos Oliva. José desde un comienzo destacó por su nobleza, por su don de gente y por su gran conocimiento de muchísimos temas. Todo eso nunca lo dejó, nunca cambió José, nunca dejó de ser bueno; por eso lo llegamos a querer, a respetar y admirar tanto, no solo los amigos del grupo Neón, sino toda persona que lo llegó a conocer y ser su amigo, porque era fácil ser amigo de José, quien fue además un incansable y buen conversador.

Con el tiempo, José se convirtió, sin que él se lo propusiera, en un maestro para nosotros, para los jóvenes aprendices de poeta que llegaron luego, para todo poeta que pudo congeniar con él. Conforme iba publicando sus libros de poesía, José fue adquiriendo cada vez más el mejor reconocimiento que pueda tener un autor, que es el aprecio y el agradecimiento del lector. Fui cercano a él, sobre todo en esos largos años de la década del noventa, y pasado el 2000 también, aunque con más sosiego, pues estábamos más abocados a sacar a luz lo que habíamos escrito. José me llamaba por teléfono, su voz inconfundible me decía “Miguel, tengo un libro que quiero publicar, quiero que lo leas, tú sabes que aprecio tu opinión”. Lo cuento sin afán de vanagloriarme; es que es como si lo escuchara ahora mismo, y es una de las cosas que más extrañaré en la vida, en este restante tiempo terrenal que queda no sé si balbuciente.

También fui testigo de cómo empezaba un proyecto poético, cómo trabajaba el lenguaje, cómo corregía. El detalle de usar sus papeles regados ordenadamente en su larga mesa, las lecturas en voz alta que hacía porque era importante la musicalidad. Su dedicación era plena, su disciplina era férrea pues cuando José se metía de lleno a escribir no había que llamarlo, porque no contestaba, ni buscarlo a su casa así nomas. José escribía en un trance como, imagino, entraría Góngora o San Juan de la Cruz. Era evidente que José tenía un sentido ritualista del acto de la creación, y eso fue una de las cosas que aprendí de él, de estar seguro que la escritura era algo relacionado, más que con el mundo cotidiano y su ruido y su fugacidad, con la eternidad del silencio y la espiritualidad.

Dije que José fue un maestro sin que se lo propusiera, pues, aparte de su modestia, José fue receptivo con todos, valoraba a toda persona, sabía escuchar, sabía qué decir sin que sonara a superioridad. José podía disertar de la poesía inglesa metafísica y al rato, si la conversación se conducía por alguna vía rápida - entre esas analogías, esas correspondencias -, de los danzantes de tijeras de Huancavelica y de Ayacucho. Esa seriedad para la literatura, para las cosas elevadas, la aprendí de él también.  Con José siempre volvía mi espíritu religioso.

Pero también con José explorábamos la ciudad, recogiendo visiones que luego se plasmaban en la poesía. Pues su poesía igualmente abordaba el tema urbano de una Lima de mixturas, de mestizajes, de contrastes con diversas culturas vivas. José era ávido de conocer las diversas manifestaciones artísticas, desde la cumbia en el centro de Lima hasta los danzantes de tijeras de Villa María del Triunfo. Podía ser amigo de rockeros punks como de filósofos catedráticos. Un día podía estar conversando con una humilde vendedora en un mercado de barrio sobre las bondades de sus yerbas, y en quechua, y al otro día con algún político, incluso en el mismo palacio de gobierno, como cuando me contó la anécdota que tuvo al enseñarle un poco de historia peruana al Presidente de la República de entonces allí mismo en la casa de Pizarro.

Tengo muchos buenos recuerdos con José, que hacen que se me haga un nudo en la garganta ahora, pues aun no puedo asimilar que ya no está aquí con nosotros. Todos los que tuvieron la suerte de su amistad tendrán las mismas impresiones que las mías, pues José era así con todos. Su sentido del humor, además, era algo tan fresco, espontáneo, y su risa potente invitada a la carcajada suelta de todos.


El Poeta

 

José Pancorvo es uno de los poetas difíciles de clasificar en las categorías acostumbradas en la poesía peruana. Si quisiéramos ubicarlo cronológicamente, en alguna generación, por edad debería haber estado en la del setenta, o quizás en la del ochenta; pero por aparición pública y por la edición de sus libros, correspondería a la del noventa. Si se trata de ubicarlo en alguna estética contemporánea, el coloquialismo o el neobarroco, por ejemplo, tampoco hallaría un sitial, dado que desde la aparición de su primer poemario Profeta el cielo (1997) y en publicaciones diversas, demostró una capacidad increíble de manejar excelentemente diversos registros, tanto clásicos como el uso de los sonetos, o el del contemporáneo de la poesía visual, trasversando (valga el neologismo) con el lenguaje oral y con el manejo además de diferentes lenguas (inglés, latín, quechua, entre otras).

Entre sus últimos libros de poesía están: Estados Unidos Celestes (2009), Amanecidas violentas (2009), Los éxtasis del Incarrey (Antología poética, 1989-2009). Sobre nuestro amigo poeta, quien era sobrino nieto del escritor Manuel Beingolea, Gustavo Reátegui Oliva ha escrito: “José Pancorvo es uno de nuestros poetas más interesantes y exquisitos, un poeta que pone en evidencia constante, libro a libro, que el trabajo de todo artista, de todo poeta, está más allá del tiempo y de la historia, dejando constancia siempre de su paso, su peso especifico, de su elaborado lenguaje”.

Si quisiéramos situarlo por sus temáticas, igualmente nos encontramos con una variedad de mundos, a veces contrapuestos, que abarca tanto la visión mística de la realidad como el relato épico de la historia aunado al tratamiento híbrido de la cultura contemporánea. El mundo posmoderno y tecnológico de hoy se funde en su obra con la cosmogonía andina, a su vez que se fusiona con la cultura occidental, principalmente con el simbolismo religioso del cristianismo.

Ciertamente hay una posición que toma la voz poética, la de “el profeta”, y es cuando denuncia la pérdida del aspecto espiritual de estos tiempos en que reina el materialismo y la deshumanización. Pero esa postura, esa apuesta, es justamente uno de los grandes aciertos de su obra; que es el de volver a aquello que la poesía ha ido perdiendo desde antes de las vanguardias: la fe en la palabra como medio de trascendencia. Su poesía, más allá de corresponder a un modo de ver la realidad, es una forma de elevarla, de restaurar en el espíritu del hombre su anhelo de inmortalidad. El mensaje de su poesía es el de la integración universal en donde prima el espíritu inmortal de la divinidad. Su visión es la de un “profeta” que rescata el pasado para no perdernos en la incertidumbre del abismo que nos ha dejado el pensamiento moderno o posmoderno.

José Pancorvo no solo ha sido un gran poeta, reconocido por los jóvenes tanto como por los críticos más autorizados, también escribió narrativa. La novela Demonios del Pacifico Sur (2013) fue la primera de varias que tenía planeado publicar. Además sabemos que editó libros que han tenido una circulación, digamos, no tan pública; libros de poesía dedicados a los temas religioso, histórico y militar. “José”, a secas, porque así le decíamos los amigos, además era un performer y un gran conferencista, un amante de los libros y del conocimiento, así como de la vida en su total complejidad. Todo lo que escribió José, lo vivió.  

 

Despedida

 

En 1997 mi madre murió. José estuvo en el velorio, oró por ella; luego pasado casi un mes llegó un día de semana a mi casa, y ahí fue la única vez que lo vi llorar. Lloró por mi madre a quien conoció y estimaba así como a toda mi familia, y mi numerosa familia igualmente lo conocía y le tenía mucho aprecio. José era como mi hermano; él siempre me lo decía además. Pero en los últimos años ya no nos frecuentábamos tanto, porque él estaba retirado de los eventos poéticos, del ambiente cultural de los cuales yo también ya no frecuentaba tanto. Sabía que estaba abocado a su escritura, viviendo más espiritualmente, porque de eso habíamos hablado siempre, de llegar a esa calma, a esa serenidad, a esa paz para acceder a algo más pleno que esta estrecha realidad regida por la monotonía del seudo progreso. Nos llamábamos cada cierto tiempo, nos veíamos un poco, iba su casa en San Isidro (la casa donde lo conocí en los noventas y adonde volvió, porque en el intermedio unos buenos años vivió en Barranco).

 

El Día

 

With others has thou no will to make company

Ezra Pound

 

Los poetas soñados que encontraste en los bosques

No veían las ramas ni sentían las voces

Los poetas soñados que subían al monte

No sentían los mantos ni las zarzas al roce

Los poetas soñados que veían Su doble

Llevaban en Sus ojos el día del endiose

 

No hay alguna alabanza con la que se alborocen

Con las nítidas cuerdas no toques ni pernoctes

A no ser que tú quieras perderte entre sus dones

Como la luz en águila por dentro te transformes

Avanza como nube de caza por los cofres

Avanza que te esperan los soñados mayores

 

Entra ahora a su niebla para que te abandones

Como a un río relámpago donde pierdas los nombres

Los soñados poetas que aspiraste en los bosques

No veían las ramas no sentían las voces

Los poetas soñados que veían Tu doble

Llevaban en Tus ojos el día del endiose

 

Este poema era uno de los que me gustaban más de su primer libro. Y en esos años de recitales cuando íbamos a leer le pedía que leyera ese. Ya luego ni tenía que pedírselo.

En este 2016, un 28 de febrero, José Pancorvo partió a la eternidad, sabemos que ha dejado varios libros inéditos que esperamos salgan a la luz algún día. A sus amigos nos dejó la felicidad de haberlo conocido, aprendido de él, compartido buenas experiencias, siempre bajo el aura de lo poético. Su poesía queda en la poesía peruana como una de las voces más originales y con una obra grande no tanto por su extensión sino por la hondura de significados y la elevadísima calidad de su lenguaje.   

Dante, Hölderlin, Baudelaire, Lezama Lima, Martín Adán, son algunos de los poetas que le teníamos veneración. En ese altar está ahora José, porque la poesía es una sola, porque la voz humana se hace una en la eternidad. 

 

Calle NN. 20 de octubre de 2016.

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