Cien Años de Bueno

 


El 2 de enero el poeta Leoncio Bueno cumplió cien años. Cien años de aquel día de 1921 en que se oyera su llanto en la hacienda La Constancia en La Libertad. Aquel llanto que luego se volvería poesía y lucha social, y que plasmaría en libros como Nacimiento del canto (Lima: Ed. Primero de Mayo, 1957); Perú, esta es tu hora (Lima: Editorial Chaupimayo, 1963); Uvas de pial (Lima: Chaupimayo, 1963); Al pie del yunque (Lima: Grupo Intelectual Primero de Mayo, 1966); Este Gran Capitán (Lima: Editorial Tungar, 1968); Pastor de truenos (Lima: Ediciones Túngar, 1968); Invasión poderosa (Lima: Ediciones Túngar, 1970); Rebuzno propio o la dicha de los dinamiteros (Lima: Arte/Reda, 1976); La guerra de los runas (Lima: Ediciones Túngar, 1980); Los últimos días de la ira (Lima: Edición del autor, 1990); Hibrys: poesia erótica reunida: cancionero informal (Lima, 1995); Memorias de mi desnudez (Lima: Nido de cuervos, 2014). Tuve la suerte de acompañar a la poeta y video-documentalista Zoila Capristán en una parte de este hermoso trabajo: https://www.youtube.com/watch?v=KDXxr7EI1_Q. ¡Salud, maestro!



Agonía de un Labrador
                                                       a mi abuelo

Yo le vi como un árbol abatido,
ennegrecido y duro como un riel en su lecho.
Pensativo, sombrío
aguardaba la muerte
espantado a las moscas.
¡Pobre viejo arador de la tierra,
que marido tan dulce perdían
la yunta y la chicha!
Cuando aún con sus pasos
clarinaban espuelas
y al oírlas temblaban
los chalanes impávidos
y las mulas más fieras,
él me enseñó sonriendo
aquel duro manejo
de los fríos relámpagos negros.
Cuando el campo doraba
sus espaldas de fuego
y saltaban sus huesos
como chispas al cielo,
por ochenta centavos
¡todo un día surcaba la tierra!
Viejo arador turbulento,
siempre amé tu lozano sembrío de “ajos”,
tus agrias maldiciones
y tu amor por el asno taciturno.
Ahora adoro tu temple derribado
y ese gesto, tan tuyo, de insolencia bravía
con que siempre enfrentaste la vida
y hoy enfrentas la muerte.
Viejo arador,
incansable domador de la tierra,
¡cuántas anchas campiñas
reverdecieron por la magia de tu arado!
Sesenta años
ijocando tu yunta por Tulape,
Palmío, Mocollope, La Constancia,
Chuín, Casa Grande, Gazñape, Cintuco,
Facalá, Talambo, Mocan…
Sesenta años retemblando la tierra como un trueno;
¿la fortuna que amasaste?
¡¡hijas!..... ¡hijos! Cocineras, lavanderas y peones,
otros tantos labradores incansables de la tierra.
¡Oh dulce abuelo mío!
ya está seco y consumido
tu indómito algarrobo,
tus aspas de molino
están rotas y quietas,
tu caldero se enfría,
tu vela se apaga.
Te vas sin un suspiro ni una queja,
hundido en tu silencio intransigente,
burlándote del cura, de sus óleos y su infierno.
Viejo arador, inmenso árbol de hierro,
allí estás silencioso y pensativo
esperando a la muerte, con fastidio.
Si pudieras hablar, por lo que tarda,
yo sé que la hartarías de blasfemias.
 
 
 
Wayno de Comas
 
Hablo aquí, en este lugar, atrapado
al alambre de púas del combate social.
Hablo aquí, donde antes no había nada,
siento cada día aumentar mi jaleo.
mi voz, bien subversiva en esta tierra tomada
al impulso de tantos.
Somos 700,000 mil artistas preñados de violencia moderna,
entre ellos, muchos mejores que yo
hablan y escriben vaticinios.
Soy uno de tantos arrimados parábolas en un papel rayado.
Confieso: estoy experto en tomarles la palabra a quienes me rodean,
las tomo, les doy vueltas las meneo,
devuelvo de tal forma que ni los mismos padres reconocen a sus hijas.
Un día la masa dijo ¿somos o no somos?
Tomamos estos cerros, he aquí, se alza una obra grande
enganchada al remolino de la era espacial.
Mañana vendrán historiadores gringos: sociólogos,
                                       psicólogos, antropólogos.
Dirán: “Qué interesante… ¿Koumas ega un paisaje lunag?”
Exacto. Vinieron los hombres de la masa,
no tenían agua para beber
pero sembraron árboles.
 
 
 
Poema para una Nueva Epoca
 
Dentro de diez años
vendrán al Túngar nuevos poetas jóvenes
a buscar a Ragnut.
Nuevamente desfilará la cólera,
alguno tal vez traiga su carrandanga,
pedirá que Ragnut le eche un lente.
Como en el 50, como en el 60,
el Túngar escuchará el rugido de los bardos,
en sus paredes alguno trazará la efigie
de un Guevara III.
Como en el 70,
nuevos jóvenes enseñarán los puños
a los ya situados, exclamando:
“¡Nos han entregado una catástrofe
para poetizarla!”.                                                  
Y Ragnut arderá de entusiasmo, 
una vez más se sentirá un asno joven.

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