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Canto
a la hoja que cae
es el segundo poemario de Úrsula Alvarado Noblecilla (Lima, 1979). Un buen
libro en donde el dolor, la herida, la sensación de la hoja que se desprende el
cuerpo de madera, de ese tejido hecho para resistir las estaciones, se vuelven cantos
de un proceso de restitución de la voz poética: “Brillante costra de palabras
consteladas”. En un modo espléndidamente lírico y visionario, la poeta sabe
articular las imágenes más íntimas de lo humano con las de un universo que no
ha de ser indiferente o diferente. Aquí un poema:
convertida en vertebra ha reclamado su lugar
en este esqueleto sombrío.
el rostro furioso de los peces que nadan
en el cauce nuevo de mi sangre.
rasgo mis propios tejidos,
hundo en visceral caricia
mis dedos hasta el fondo:
deseo ver.
un hígado donde van a sanar las gaviotas,
riñones que eliminan impurezas de mis ríos.
Trato de palpar mi corazón, pero es enjambre
que cierra sus mil puertas a mi amargura.
una flor de carne que abre sus alas
cuando anochece.
Sobre Destrucción
del tiempo de Wilver Moreno Tineo (Ayacucho, 1982) dice José Cabrera Alva:
“Eros y Tánatos, la pulsión de vida y la pulsión de muerte, articulan este
poemario. Así, construcción/desestructuración, vida/perecibilidad, son
constantes en este interesante libro. Como lo biológico mismo es nacimiento y
muerte, también lo es el espacio que habita, surge y se destruye. La conciencia
de la transitoriedad del yo poético es la conciencia del ser humano viviente. A
su vez es una lucha por permanecer en ese tiempo que destruye, es tratar
(parcialmente) de destruir ese paso del tiempo a través de la palabra”. Estamos,
entonces, no solo en la destrucción que provoca la conciencia del tiempo,
también en el acontecimiento de la propia destrucción del tiempo. El libro es
un viaje en el sentido del reloj resquebrajado que vemos en la portada, y eso
es algo que avizora no el vacío semántico en la definición de lo que es (o fue)
el ser humano, sino la promesa de su redefinición como un ser
trascendente e infinito.
Agujero
Infinito
Dibujo con tu mano un gran agujero en el universo. La piel recubre el cuerpo de un reptil furioso. Es el papel donde se humedecen todas las pesadillas. Todo lo palpitante se desprende hacia el centro del infinito. Ahí yace el animal que respira, echado con la panza blanda hacia las cuatro direcciones artificiales. Ahí está el filo de la noche, del ruido y del dolor. El universo se contrae, se concentra en un solo punto. ¿Cuánta materia será necesaria para evitar el derrame inútil de la vida? No importa, lagartija epicúrea, sigue portando tu corazón como símbolo de lo más sagrado aunque tus bordes, el borde del papel, el borde del universo, el borde de tu conciencia, el borde del lenguaje solo sean un reflejo tímido, pero aun tibio, de un pasado que se disipa.