"La Iguana de Casandra" de Miguel Angel Zapata


 

Celebramos la publicación de La Iguana de Casanddra del poeta Miguel Angel Zapata, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica y Ciudad Librera que reúne una importante selección de poemas aparecidos entre 1983 y 2021.

Son casi cuarenta años de trabajo poético de nuestro poeta nacido en Piura en el año 1955.  Su sostenido y fructífero ejercicio con la palabra se vio plasmado en libros como Imágenes los juegos, Poemas para violín y orquesta, Lumbre de la letra, Escribir bajo el polvo, Un pino me habla de la lluvia o Fragmentos de una manzana y otros poemas que mereció el Premio Latino de Literatura 2011. Ya su obra poética ha sido reunida en anteriores antologías personales como Mi cuervo anacoreta, Ensayo sobre la rosa. Poesía selecta: 1983-2008 y Hoy día es otro mundo de 2015; sin embargo, en esta excelente edición podemos ver más plenamente la evolución que ha tenido el poeta radicado desde hace décadas en los Estados Unidos.

Es una poesía que parte de la pureza de los símbolos que se hallan en la naturaleza, a través de una aguda mirada capaz de armonizar el objeto o el animal más pequeño con la fascinación de la inmensidad del bosque o del cielo. Esa búsqueda de la palabra precisa, nada artificiosa, colinda en la tradición de autores como William Carlos Williams, Wallace Stevens y Charles Simic. A lo largo de los años, de sus viajes, de sus ciudades, Miguel Ángel ha ido pincelando diferentes paisajes abiertos y a la vez íntimos, fabricando la casa o la ventana de su contemplación, componiendo la música que perfila a esos seres que habitan su poesía, cuervos, perros, pinos, Mozart, en donde aflora la cálida memoria familiar o la crónica sensual de emana de la belleza de una mujer corriendo por un cementerio urbano.

Su poesía es la celebración por la belleza de la naturaleza, es una travesía compuesta de detenimientos, de movimientos armónicos que hacen aún más sorprendente el milagro que es la vida. Y todo ello se simboliza perfectamente con la figura de la iguana. Este animal, gracias a su excelente visión, está en constante éxtasis contemplativo, parece estar alelado, en un trance de carácter místico.

En distintas culturas la iguana significa benevolencia, el que nos protege del mal. Otro de los significados más notables de la iguana es la alegría, y eso porque la iguana es “una criatura contemplativa que expresa la aceptación y la alegría infinita. No hay prisa en su mundo. Todo llega a su debido tiempo. La iguana siempre está bien con el simple hecho de estar, se siente serena y muy bien con los ciclos de la salida y puesta del sol y estos parámetros simples de la vida mantienen su bienestar”.

El poeta, al igual que la iguana, celebra el sentirnos vivos con todo, con todo lo que nos rodea, incluso con lo que no vemos. Ese misterio que enciende la llama de la vida, por eso mismo, hay que aceptarla como tal, con agradecimiento, con regocijo, con poesía.

La marcha de las estaciones marca un ritmo a nuestra existencia y a los poemas, y es lo que plasmaban los poetas orientales con esa sabiduría natural de observar, de apreciar las cosas buenas y sencillas. Se dice que, a las iguanas, también, les gusta la música; al oírla se aprecia en ellas “colores más brillantes, su cabeza se balancea con cierto ritmo y sus ojos brillan”.

Entonces, lo que afirma el libro es que la iguana es de Casandra, ese personaje mitológico que era la sacerdotisa de Apolo, la que tuvo el don de la profecía, aunque fue castigada con la incredulidad de los que oían sus pronósticos. Quizás el poeta, también, hoy en día no sea un profeta, o un profeta en su tierra. Los poetas bajaron del Olimpo hace décadas, pero eso no significa que la palabra aun no tenga o no recobre ese don, no de predecir algo que ya la ciencia se encarga de decirnos; sino ese otro don espiritual que hacer manar la llama que nos reconcilia con la naturaleza, ese anhelo, esas correspondencias.

El trabajo poético de Miguel Ángel Zapata, en este lapso de casi cuarenta años, se ha ido consolidando como una de las voces líricas referenciales de las letras hispanoamericanas. “Yo escribo poesía caminando, siempre de viaje, sintiendo el mundo dentro de un árbol, olas que retumban en el desierto, y el mar que reconoce su corazón en los rascacielos”, nos dice Miguel Angel, lo cual es patente en sus poemas, tanto en prosa como en verso, nacidos ciertamente de esa exultante contemplación de las cosas cotidianas, en ese descubrir y escribir y maravillarse de la vida como si fuera una continua lectura por la que el poema en cada ojo de iguana cobra una nueva dimensión.

Se reconoce una actitud constante de anhelo hacia la trascendencia de las cosas, despojándose no de lo accesorio, pues no hay nada que sea menos en este mundo, sino de lo que resulta insustancial a ese estado cuasi místico, y de un lenguaje que levita; levitación que sería sinónimo de despojamiento de todo lo material que se nombra. Por eso, además, es importante en su poesía la simbología de las aves, de ese cuervo anacoreta que “escribe con su pico la soledad de la noche”. Hay una comunión, como se ve, con lo sublime de la naturaleza, desde una condición natural y dialogante con el entorno intemporal. 

En el poema La ventana se habla interiormente de la construcción del poema: “Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo”, inicia así, acercándose al hábito del poeta de estar íntimamente con el lenguaje, habitándolo; el lenguaje como un hogar y, a la vez, el texto poético como un trabajo del conocimiento y de la sensibilidad. La poesía de Miguel Angel es esa ventana hecha para permanecer en la mirada, en donde podemos ver el mundo desde nuestra mismidad siendo una comunidad a su vez.

Habitemos entonces este libro y experimentemos la decantación de un lenguaje que linda lo coloquial, lo reflexivo, lo irónico y lo narrativo, y siempre con la exaltación y el entusiasmo por la captura de la belleza, que no es otra cosa que la restitución del ser en una existencia más plena que se simboliza con el cielo, mediante la música bajo los pinos.

 

LIMA

 Para Antonio Cisneros, in memoriam

Crecí en una ciudad gris-azul con muchas ventanas. Y fue a través de ese color que descubrí otro tono de gris en el cielo: un azul cobalto, ese cálido celeste del mar que no aturde cuando sale el sol por Chorrillos y se esconde en Barranco. Ese es mi color gris azul, el único que conozco y del que ahora escribo: mi azul de Lima (casi de la Alianza), mi celeste de la costa donde crecí y que ahora recuerdo como la mejor de todas, la que me vio crecer como el peor de todos. De los primeros seis años en Piura, donde nací, un fuerte aguacero y sol pleno. En Lima aprendí de otro tipo de azul: más nutriente y menos predecible que el de Cancún. Las ciudades con mar tienen una luz natural que se siente, pero no se ve. Ahora presiento el azul gris de las playas, esa capa salina que me habla la poesía de Lima, en una noche donde las calles son hermanas del insomnio, y el diluvio citadino es el loquísimo gris-azul que me deleita.

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