Memoria de Felipe
CAMINA EL AUTOR
Has de saber que todo el reino tenía cuatro
reyes, cuatro partes.
Felipe
Guamán Poma de Ayala. Nueva corónica y
buen gobierno.
1
Sentado en el
microbús de regreso a su cuarto, abrió el papel doblado en cuatro, la letra de
Serafín decía: “Ya no vengas, escritor, lo más seguro es que te estén
investigando”. No se sorprendió, era algo que había imaginado posible aun antes
de ir por vez primera al penal. Después de un rato de estar pegado a la
ventana, recordó las convulsionadas épocas cuando empezaba a frecuentar la
calle del Centro hasta que, tras la captura del presidente del partido el 12 de
setiembre de 1992, se inició el acoso, con detenciones a gente de la cultura
ligada a la izquierda. Bastaba pertenecer a la contracultura, como los
Lunáticos Poetas, para ser considerado un sucio rojo, terruco. En aquel
entonces Felipe no pudo evitar sentir miedo, y por precaución dejó de ir un tiempo
a los barcitos de rockeros, pintores, teatreros, declamadores. Pero eso había
sido ya varios años atrás; esta vez no volvió a cagarse de miedo y esperó con
más ganas el siguiente domingo para volver al penal.
Al oír lo que su amigo le contaba por teléfono, Bernardo de golpe lo interrumpió poniendo voz de marica loca, como pocas veces lo hacía delante de él, le dijo, oye, ni yo, chico, parece que estuvieras templado, cómo vas a volver a la cana, ni loca yo, y eso que soy recontra loca cuando me enamoro, ay tú no sabes, Felipe, pero esto es otra cosa mariposa; (cambió a un tono neutro) si ya tienes material suficiente para tu novela; a ver, seguro te están chuponeando (volvió al tono jocoso), ¿aló?, ¿aló? ¡Chicos!, ¡chiiicooosss!, ¡esto no se le hace a un poeta! ¿Ya? No sean metiches, no estén fisgoneándole a mi amiguito, por favor, que es un pan de dios, digan algo, pueesss, sé que están allí, no se hagan las locas, ¡ya pueeessss!
Felipe no paraba de
reír, joder, crítico, a ti te caerá la calaca. Al parecer la titulación de su
amigo había influenciado para que soltara más a ese otro Bernardo que había
visto en sus discotecas de ambiente. Pero en algo tenía razón. El andamiaje de
la dictadura no había sido desmontado del todo en este celebrado retorno de la
democracia, no debía confiarse amparándose en su condición de periodista a
medias y escritor medianamente reconocido. Felipe consideraba adecuado auto
catalogarse como “medianamente reconocido”, porque por más que hubiera ganado
un importante premio por su primera novela, había otros requisitos o exigencias
que eran los que más pesaban para ser valorado y tratado plenamente como un
consagrado.
Al verlo aparecerse
por el pasillo, Serafín soltó una sonrisa, moviendo negativamente la cabeza lo
saludó estrechándole la mano, le dijo: Sabía que ibas a venir, huevón. No
dejaba de sonreír, quizá también porque le alegraba verlo una vez más. Felipe
se sorprendió por lo de “huevón”, tanto porque mostraba cierto afecto, como por
la palabra en sí, pues Serafín al dirigirse a él siempre usaba un lenguaje más
bien formal, calculadamente educado. Pero sabía que las cosas no iban a ser las
mismas, esta visita tendría que ser la última. No era necesario hablar sobre el
papel con la advertencia, tampoco contarse más historias. Humberto trajo dos
botellas de licor casero que preparaban dentro del penal para el cacharpari. Al rato se encontraban
cantando, no solo los tres, vinieron otros dos internos trayendo más de esos
macerados de arroz, frutas y quién sabe qué. Coreaban huaynos inmemoriales de
Ayacucho, Huancavelica, Huaraz. Felipe, por supuesto, solo trataba de seguir el
compás, tarareando, moviendo la cabeza y las rodillas, silbando; y sumido en
una leve ebriedad no podía evitar que aquellas melodías _ oídas en la infancia,
cuando su madre a escondidas de su esposo sintonizaba esas emisoras de AM,
Radio Cadena, Radio Imperial _ lo sobrecogieran y le hicieran girar los
pálpitos hacia esos Andes.