Los Angeles Jim tenía la voz madura siendo muy joven, cuando grabó su primer disco, The Doors . Algo de un Elvis grave y denso; un ser auténticamente rebelde, y más que eso, totalmente orate, o mejor dicho, poseso, alucinado, un chamán. Nadie nace músico, poeta, sacerdote o soldado. Jim Morrison se fue haciendo El Rey Lagarto porque tenía muchas cosas qué decir y demostrar. Quien tiene visiones recibe de ellas la fuerza, el arte y la lucidez para que estas se hagan comunicables. Jim tenía esa voz única, y tenía a su grupo y a las palabras. Y bailaba como un danzante de tijeras ebrio. Un concierto era algo más que un negocio. Igualmente, un disco o un libro de poemas. La vida no puede ser un negocio. Por eso a los veintisiete años dijo hasta aquí nomás. Como Rimbaud, sintió que ya había dicho y demostrado lo suficiente. Tenía que dejar libre a ese espíritu. Su voz ya había quedado grabada en seis discos. Cuando llegué al ex Morrison Hotel, en Hope Street, solo vi un viejo edificio ab