"La Experiencia Zen" (De Somnium)


La Experiencia Zen

2

Fuera de esta materia hay cúmulos de paraísos que desconocen el tiempo esplendente en que nos atamos. Esos trazos de la experiencia aún viven fuera del ser que ya no regresa, alimentándose de la propia negación que no perjudica. Y aquello que es inefable, extenso por toda la vaga memoria, estrecha el dolor que lo ama, el pegado amor delirante en la espalda tratando de llegar y poseerlo. Quiere estar ahí con su robusto lamento, acariciarlo en sus ásperos bloques de ruinas, diciéndole que ya todo puede empezar nuevamente y el tiempo _ que no existe tampoco _ no podrá echar al agua las duras jornadas de este nuevo amor para siempre. Si la vida fuera un sueño todos los que sueñan entre dos mares, tal vez, podrían alcanzar ambas orillas y reencontrarse más allá en ese punto abajo donde la línea del mundo es la confusa existencia que navega en la noche. Pero pesada es esta materia en las traslaciones en amor, por ello aún quedan los cúmulos restantes, inasibles estados de tu propio desvarío que han tocado las cosas fuera de su lugar.


4

El piso es pelado y frío como las paredes y el techo, hubo aquí un sol que perduró todas las noches, sobre la mesa de la máquina de escribir, como una lámpara bordada con puntas, una luz amarilla que tocaba la firmeza de los libros lizos y de relieves, las sillas, la guitarra, el ropero, las fotografías que hacían un hueco infinito en cada una de las paredes. Todo el amor que aquí hubo se hizo un reloj estático ante las palabras que creaban la obra de los ejércitos celestiales de espermatozoides, ese placer pegado a la ventana abrió mi pecho cubierto de sombras de ciudades que atravesaban los sueños colgados como arañas. Una noche, cuando estaba enfermo y no podía dormir, envuelto totalmente por las frazadas del cielo estrellado, fosforescente, esa tendida y afiebrada noche como labios de ese amor desaparecido, tuve una visión bellísima más clara que los objetos desde antes rotos en la retumbante música del órgano, era la eternidad que me invadía con sus delicadas alas removiendo el denso aire con olor a sándalo e incienso. La corva eternidad llegaba a mí con su cuerpo que no significaba nada, me tomaba de los cabellos humedecidos y me estrechaba en sus senos que eran hondos como la nada de ese amor.


6

En el piso de arriba hay un salón de baile para los carneros del placer, los hijos arrojados a las bellas y delicadas luces de neón mezclados con el humo de los cigarrillos y el brillo silencioso de los vasos. Ellos bailan entre ellos, apretados con la música de tres parlantes, es más la oscuridad al ras de las paredes donde las cucarachas suben y bajan jugando sin ser perjudicadas. Los rostros son el espejo interior de todo lo que flota en este ambiente copioso de lengüitas ardientes, cada mínimo detalle delata el horrible deseo que aletea en las luces girando sobre sus cabezas sobrexcitadas ya a esta hora de la ubicación de las estrellas en el cielo. Pero de entre todos hay un silente argonauta que llega hasta la pequeña ventana y, rozando el techo pobre, permite distinguir una luna transparente y delgada como ala de avispa atrapada en el esplendor asfixiante de la noche perdida.



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