Pequeño Libro Musical

 

Don’t Stop Til You Get Enough

(No pares hasta conseguirlo)

 

Apenas oía a James Brown decir: “Fellas, I'm ready to get up and do my thing / I wanta get into it, man, you know… / Like a, like a sex machine, man, / Movin'... doin' it, you know / Can I count it off? ”, alborotando su pequeña alma, Joseph se levantaba de su cuna y sujetándose del borde de metal se ponía a bailar. Sus primeros pasos de baile eran flexionando las piernas, moviendo el tronco de arriba abajo, agitándose, como saltando pero sin despejar los pies de la cuna. Decir que era un paso de baile es un eufemismo, porque Joseph aun no sabía caminar.

Algo en la magia  funk de la canción lo ponía así en sus primeros meses de nacido. Ese duo de voces entre el “Padrino del Soul”, James Brown, y Bobby Bird, lo electrizaba: “Get up, (get on up)/ Get up, (get on up)/ Stay on the scene, (get on up)/ a like a sex machine (get on up)”. El pequeñito Joseph hacía su baile sin despegar la mirada hacia su atormentada madre. Pero al cumplir los dos años, y cuando ya podía bailar sin sujetarse y se había inventado unos pasos más elaborados, ella abandonó el hogar. Joseph ya no sabía a dónde poner la mirada. A su padre no le interesaba si bailaba o no.

Ella se fue de Barnwell, maldiciendo aquella granja en Carolina del Sur, cansada de soportar al marido borracho. Aquel hombre tenía un trabajo itinerante; venía y se iba, dejando al hijo. Por eso Joseph creció entre los vecinos negros de aquel barrio pobre donde nació. Con ellos aprendió más pasos, oía más música, era feliz, y aunque él no era negro, ni en su familia había gente de color, Joseph estaba convencido, en su niñez, que tenía por lo menos el alma de raíces africanas.

 


A veces el papá se lo llevaba a sus viajes de trabajo. Joseph se ponía contento porque aprendía nuevos sonidos que oía en la carretera, cuando paraban en las gasolineras o en las grandes ciudades que miraba con asombro. En uno de esos viajes lo dejaron en un pueblito de Georgia llamado Augusta. Tenía diez años, y fue por ese tiempo en que su cabello dejó de ser rubio y se tornó en castaño oscuro. “Papá, ¿por qué me dejas aquí?”, le decía. “Te quedarás con tu tía. Yo ya no puedo ir hasta Barnwell para verte.” Fue la única explicación que recibió.

Nunca más volvió a ver a su padre. Su tía, Betty, regentaba un casino que también era una sórdida cantina. Joseph se refugió aun más en la música y el baile, le gustaba Stevie Wonder, Los Jackson Five, etcétera. Cuando se hizo adolescente procuró ganarse la vida limpiando zapatos, recogiendo algodón y robando piezas de carros. Se había hecho de amigos, al igual que él, con aficiones musicales. Con ellos se iba jugar al río Savanna, y era otra vez feliz. Para entonces su piel lucía un bronceando permanente. Aun en invierno su piel ya no volvía a ser tan blanca.

En una fiesta de verano conoció a Tomi, de quien se enamoraría desde que la vio esa noche. Ella quedó impactada por los pasos de baile que le hacía aquel muchacho que hablaba como negro, que cantaba como negro, que besaba como negro y, bueno, que parecía negro en todo. Tomi, muy ruborizada, no podía evitar contar cada detalle de sus intimidades a sus amigas. Tomi era blanca.

 


Lo que nadie le preguntó a Tomi, era cómo sabía tanto de los negros. Pero, claro, eso era otro asunto ya. Fue por ella que Joseph dejó los malos hábitos, dejó de robar y vagar con sus amigos forajidos. Aunque también lo hizo porque estuvo cinco meses en el reformatorio, algo que no le gustó para nada. Su último acto delictivo fue cuando, acompañado de su amigo Mike, intentaron robarle a un vendedor de periódicos. Los pescaron por su culpa, porque se detuvo a leer la noticia que decía que al cantante James Brown lo habían metido preso por un asunto de drogas. Fue en esas épocas cuando Joseph pasó a formar un grupo de gospel. Tenía diez y seis años, y le prometió a su querida Tomi que iba a cambiar. Y efectivamente cumplió su promesa.

A la vez que trabajaba de vendedor de puerta en puerta, empezó a ganarse una fama de músico, tenía buena voz y, por supuesto, bailaba extraordinariamente. No pasó mucho tiempo para que formara su grupo, estaban de moda las bandas tipo Kool & The Gang y Eart, Wind & Fire. Y empezó a ganar dinero con la música. Para el día en que se casó con Tomi, Joseph vestía un smoking blanco que hacía resaltar su piel morena. Su tía Betty lloró emocionada, y lo mismo las ocho tías postizas del casino que habían ayudado a criarlo. “Se nos va. Se nos va”, decían desconsoladas, ataviadas con sus trajes alegres y sus pelucas de colores. Una de ellas dijo: “¿Ahora quién nos va a bailar como él lo hacía?” Ciertamente, desde que pisó la casa de Betty se había ganado el cariño haciéndoles demostraciones de su baile. Mientras bailaba las miraba a ellas, una a una, con sus ojos de felicidad.

Habían grabado dos Lps cuando Tomi parió a su primer hijo; le pusieron Richard, por Little Richard. Para entonces la piel de Joseph era casi negra. Había ido a varias clínicas dermatológicas y nadie pudo encontrar una explicación; no era vitíligo al revés, no era ninguna enfermedad de qué preocuparse. Simplemente Joseph, con los años, se había estado volviendo negro, o su piel se volvía negra, porque por dentro él no sentía ningún cambio.

 


Un domingo se levantó temprano y mientras preparaba el desayuno para llevárselo a su querida Tomi a la cama, sintonizó en la radio una emisora dedicada a poner música antigua, de los buenos clásicos. En ese momento se escuchaba The Twist de Chubby Checker. Levantó el volumen muy alto, dio un pasito de baile al terminar de hacer la bandeja con el desayuno. Cuando subía por la escalera, la canción de Chubby acabó e inmediatamente se oyó esto: “Fellas, I'm ready to get up and do my thing / I wanta get into it, man, you know…”, la voz  gritona y raspante de James Brown. “Ohh, Sex Machine, man”, dijo pensando en su hijo al abrir la puerta.

Adentro, el pequeño Richard se había levantado de su cuna y empezaba a flexionar las piernas al compás de la canción. Mientras iniciaba su baile, primero miró a la madre, quien no cabía de la emoción. Luego miró a su padre, Joseph, que para entonces ya era totalmente negro y con el cabello ensortijado.


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