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Los Angeles

Jim tenía la voz madura siendo muy joven, cuando grabó su primer disco, The Doors. Algo de un Elvis grave y denso; un ser auténticamente rebelde, y más que eso, totalmente orate, o mejor dicho, poseso, alucinado, un chamán. Nadie nace músico, poeta, sacerdote o soldado. Jim Morrison se fue haciendo El Rey Lagarto porque tenía muchas cosas qué decir y demostrar. Quien tiene visiones recibe de ellas la fuerza, el arte y la lucidez para que estas se hagan comunicables. Jim tenía esa voz única, y tenía a su grupo y a las palabras. Y bailaba como un danzante de tijeras ebrio. Un concierto era algo más que un negocio. Igualmente, un disco o un libro de poemas. La vida no puede ser un negocio. Por eso a los veintisiete años dijo hasta aquí nomás. Como Rimbaud, sintió que ya había dicho y demostrado lo suficiente. Tenía que dejar libre a ese espíritu. Su voz ya había quedado grabada en seis discos. Cuando llegué al ex Morrison Hotel, en Hope Street, solo vi un viejo edificio abandonado, cerrado con candados oxidados. Ausculté esa esquina imaginando esa vez cuando el grupo hizo la sesión fotográfica para la portada del disco con el nombre de aquella desvencijada mole de concreto. Había sido un hotelucho de viajero. El disco abre con Roadhouse blues, fue el penúltimo del grupo. Luego de husmearlo, me senté a comer tacos en un quiosco al frente del hotel. Terminé y me fui a la casa donde vivió con Pam, en Norton Avenue. No podía entrar, era un edificio antiguo de varios departamentos. Ellos habían vivido al fondo de ese condominio. Cuántas peleas de borrachos habrían tenido allí, y cuántas veces habrían hecho el amor. Estaba parado en la entrada, ante la reja cerrada, pensando cómo entrar cuando llegó una pareja extraña. Estaban picados, traían una bolsa con bebidas. Me dijeron que pase con ellos. Ella era una morena muy bella, con una mini negra. El, un fornido chicano. Me invitaron a beber en su sofá. Era una pareja de actores porno. Me hablaron de Pam más que de Jim. Lo malo es que, luego, ya no he podido recordar mucho. Entonces se había encendido el fuego en mí. Me vi caminando solo, a varias cuadras de allí, por Santa Monica, donde el grupo había grabado su último disco, L. A. Woman. Crucé la pista y compré una botella de whisky en el Monaco Liquor, donde Jim se abastecía mientras grababan el disco. Me senté afuera de esa licorería a echarme un trago. Años atrás había yo estado en su tumba, en París. Dicen que la voluntad de Pam era que la enterraran junto a su pareja cósmica, pero fue imposible que trasladaran su cuerpo a Francia. Le prometí al fantasma de Jim, Mr. Mojo Risin, allí en el Monaco, que la próxima iría a la tumba de Pamela Courson a dejarle unas rosas y cantarle: “Eres una pequeña dama con suerte en La Ciudad de la Luz/ O tan solo otro ángel perdido... Ciudad de la Noche/ Ciudad de la Noche, Ciudad de la Noche, Ciudad de la noche…”


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