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En la Frontera con Cormac McCarthy

Empezaba diciembre del año 2000. No había habido fin del mundo, y el seco frío de afuera y la húmeda soledad de adentro, en El Paso, me castigaban como si fuera un pinche ilegal. Pero no era un mojado, tenía mi Visa, mi ID, era un estudiante de la pinche maestría de creación literaria. Mi segunda navidad en ese desierto se acercaba. Los pinos esperaban que caiga algo de nieve, y yo igualmente me sentía un ilegal, caminando esa tarde gris por Stanton, la avenida inclinada, mirando por un lado el free way, y tras el alambrado la ciudad de Juárez, y, doblando la mirada a la derecha, al otro, la montaña Franklin. Todos los pinches estudiantes se habían ido a sus casas por vacaciones. La universidad era solo para mí. La ciudad de El Paso era solo para mí. Pero yo era la frontera, una mezcla de vaquero y chasqui, deseando que no caiga nieve, o aguanieve como le llamaban. Y deseaba que la border patrol no se lleve a los ilegales, a los mojados, y que en navidad podamos juntos comer panetón y beber chocolate caliente entre las serpientes, los alacranes y los chamizos rodantes, en un punto de la ruta. Estaba así rumbo a mi cuarto alquilado a la vuelta, cuando me llamó desde su terraza mi amigo Juan. “¡Pinche peruano, ven!”, me grita con su voz de tenor. Juan, el bibliotecario de la universidad. Me dijo: “Mira, Miguelito, te tengo un regalo adelantado de navidad”. Me dio el correo electrónico de Comac McCarthy. “Ayer me lo encontré en el Seven Eleven de aquí a la vuelta. Le dije que había un peruano poeta que te leía. Tú sabes que él es huraño, y le vale madres esas cosas de admiradores. Por eso me sorprendió que me diera su correo, y me dijo que le escribas”. Quedé para el viernes vernos en un bar del downtown, en el Tap. Primero le dije para encontrarnos en el Hemingway´s, pero dijo que no. Más le gustaba Faulkner. En esos dos días que faltaban casi no pude dormir de la emoción. Llegué cinco minutos antes de las 3 de la tarde que era la hora acordada. El llegó a las 3 y 5. Vestía de jean, botas de cuero de cocodrilo, camisa celeste, casaca beige y un sombrero de cowboy, el que se quitó al verme. Su cabello plateado. “Pensé verte ya con un shop, amigo”, me dijo con una cara alegre, bonachona. Al inicio preferí que él hablara más para así agarrar la onda en que estaba; no me falla eso, luego todo fluye. Escuchar, ver, hacerle preguntas bacanes, estar atento, responder sin alargarme, respuestas que le sorprendan. Y el trago que haga el resto, nos lleve por el desierto de esos hermosos caballos trotando, levantando polvo, quizás restos de cadáveres, cadáveres que uno no quiere acordarse ahora. “Leí tu poemario, Canciones de un bar en la frontera”. Juan no me había dicho que le dio mi poemario. Me dijo que le gustó bastante, y apenas lo dijo añadió “vamos a hablar en español desde ahora”. A la hora estábamos más o menos ebrios, achispados, fuimos a otro bar cercano donde había mesas de billar. Jugamos cuatro rondas, todas me ganó. “Cormac, le dije ya ebrio, vamos a cruzar la frontera, vamos a Juárez”. Pensé que diría no, pero me respondió como mexicano “órale, cabrón”. Y con su voz ya aguardentosa dijo algo más: “Poeta, pero ando sin dinero”. Le dije que no se preocupara, Juárez es barato y yo corría con todo. Y así fue. Fuimos a varios bares, empezando con el Kentucky, luego el Pizcas, la 16… El conocía todo esos bares también. “Putamadre, pinche Cor, le dije, ¿por qué no nos vimos antes?” “Bueno, pues, amigo cabrón, yo no salgo mucho, menos voy cerca de esa pinche universidad donde estudias. Ese día que me encontré con el buen Juan pues, cabrón, fue de casualidad, no tenía cigarros, me provocó fumar, y paré allí, güey”. Me reía de su modo de hablar. Ya no sabía quién estaba más ebrio, si él o yo. Yo invitaba los tragos, a las amigas, a los amigos mexicanos, juarenses, chihuahueños, ilegales, coyotes, bandoleros… Era mi nochebuena. Mi navidad adelantada. No había habido fin del mundo. Y aunque no hubiera panteón ni chocolate,  de sobra sí tequila, mezcal, wiski, ron para todos. “Cormac, cabrón, voy a poner tu canción”. “What?”. Fui a la rockola y puse el tema de los Red Hot, Cabron, y empezamos a bailar, gritando cabrón, cabrón, cabrón… No importaba quedarme misio; acabar en pelea, corriendo hacia el puente fronterizo con Cormac, para volver a El Paso,  esquivando las balas. Riéndonos. Cantando cabrón, cabrón… Todos los hermosos caballos corrían por el desierto huyendo de la muerte.


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